2011-01-12

PEDRO ORBEA


No sé muy bien por dónde empezar. Así que me adentraré en la virginidad de esta blancura con algo sencillo; una breve clarificación idiomática llena de contradicciones y vergüenzas. Voy a escribir esto en español y no en euskara porque algunos de los protagonistas de esta historia no son vascoparlantes. Y como serán los únicos que tengan la paciencia de leer hasta el final, más que nada por ese egocentrismo inherente a lo humano, o quizá por miedo a que desvele algún sucio y oscuro secreto, pues mejor que entiendan la lengua en la que escribo. A decir verdad, es mejor así, que no lea esto nadie. Por otro lado no les culpo por tener miedo, todo el que me conoce un poco (sí, un poco es suficiente!) sabe que mi ansia por la transparencia es tal que al final siempre termino siendo un bocazas. Ya puedes dejar de leer. Te advierto, esto va a apestar.

Siempre que escribo lo hago sin un plan, sin un esquema, sin saber hacia dónde voy, con una idea más o menos germinada, plantada, recogida y sazonada, que después sirvo y decoro y espero a que se pudra a falta de estómagos vacíos. Pero sobre todo siempre que me siento tengo dos objetivos bien claros: contar algo y disfrutar mientras lo hago. Incluso cuando escribo poesía, siempre cuento algo y siempre disfruto. Me interesan las historias, casi siempre las historias sobre personas. No sé si por eso se me puede calificar de humanista o no, o tachar de humanoide porque la verdad es que hace tiempo que no creo mucho en el ser humano. Aunque semejante desesperanza no nuble ni por un instante la fascinación por el homo sapiens sapiens.

Te había advertido que esto iba a ser lamentable.

Seguro que porque soy un escritor del montón muchas de mis historias, para desgracia del personal con hambre, hablan de mí. Que conste que eso de escribir la palabra escritor en una oración que me lleva como sujeto sigue pareciéndome terriblemente arrogante, por no decir otros muchos improperios que me vienen a la cabeza. No recuerdo muy bien quién dijo una vez que todos los escritores escriben sobre sí mismos (o que se inspiran en sus vidas, en lo que han visto, en lo que anhelan, en lo que un día fueron…). Y que sino la historia no funciona y que todo parece falso, pero igual eso no es más que un consuelo que desproporciona la medida de mi mediocridad. Quizá nadie lo dijo, y además qué importa quién lo dijera… como acabo de decir estoy empezando a dejar de creer en todo lo humano. Además si un escritor siempre escribe sobre sí mismo alguien daría la orden para encarcelar a Bret Easton Ellis que compartiría celda seguramente con Chuck Palahniuk o Anthony Burgess o incluso William Burroughs, la CIA se habría cargado a Jorge Volpi o a Mario Benedetti y quizá habría que obligar a Joyce a abrir una agencia de viajes con packs especiales vendidos por Verne y en un mundo ideal George Orwell sería presidente de algún país donde todo iría bien. Y Bukowski? Cortázar? o el gordo de Barakaldo? o el de Ondarru?

Bueno, sigamos.

Pero… y esta es la última vez que lo digo… Qué más da! Todo da igual! Nadie cree ya en nada… aunque con eso de la doble negación igual nos queda una posibilidad. Qué va!

Lo ves? Como no tenía claro que quería decir, me he ido por las ramas. Una vez más. Como hago cuando invito a cenar a alguien y después de tres minutos lo quiero echar de mi casa a patadas. Y así he perdido un poco de público y la sala está más vacía, y la comida empieza a oler mal. Esto de la vergüenza se lleva medio mal.

Pues bien… estoy aquí para contar la historia real (o basada en hechos reales) de un pequeño apartamento en la calle Pedro Orbea. Un apartamento en el segundo piso del número 1 de la calle Pedro Orbea (que no es el tío que hizo, de hacer bicicletas el negocio de su vida). Un apartamento de dos habitaciones, un salón convertido en habitación-biblioteca privada, un cubil convertido en habitación con poderes afrodisíacos, un cuarto de baño y un cagadero, una cocina, un salón convertido en circo romano o plaza de toros (y en otras muchas cosas más) y un pasillo tan largo como oscuro y viejo. Todo olía a tabaco. O a eso que huele el tabaco, que vete tú a saber lo que es. Para darle más color a la ropa descolorida, el colgador con la ropa “limpia” se ponía en el pasillo, que terminó con una remarcable ictericia. Imagínate el olor de las sábanas. Eau de toilette Lucky Strike. El alquiler costaba cien mil pesetas.

Nos mudamos a esa casa en el verano de 1999. Digo nos mudamos cuando debo decir, me mudaron… porque me libré del traslado desde el piso de la calle Francia que estaba a excasos 50 metros de nuestra nueva morada. Que conste que digo morada con premeditación y alevosía: MO-RA-DA. Menudo prefacio. Rafael Salinas todavía no me ha perdonado eso de no haber cargado cajas y muebles en pijama, con zapatillas de casa y de resaca, cual Ignatius.

Y qué voy a contar? Pues no tengo ni puta idea! y por qué ahora? después de todos estos años…

La verdad es que creo que no voy a contar nada. Te has librado. Sobre todo se han librado ellos, y ellas. Esto va a apestar en serio. Vete a hacer otra cosa con tu tiempo, de verdad… yo no tengo nada mejor que hacer en un rato, pero sería imperdonable por tu parte quedarte ahí sentado tragándote esto. Por lo menos ábrete una botella de algo con alcohol. Igual eso hace menos insufrible esta mierda.

Llevo unos días un poco nostálgico, será la puta navidad de mierda de mis cojones de la madre que parió al niño jesús y el oro, el incienso y el crack! (qué bien se queda uno), y me levanto de la cama desnudo y vengo al salón a escribir rodeado por esta luz naranja que entra por la ventana. Lleva veintiún días nevando. Esto es el gran norte. Lo que pasa es que después de haber escrito dos líneas abandono la idea que me había sacado de entre las sábanas y los brazos de la rubia. Abandono por miedo. Miedo al pasado, miedo a ser un bocazas (aunque nadie lee nunca lo que escribo, ni escucha lo que digo… ni siquiera mi hija), miedo a no hacer justicia a eso que ronda en mi cabeza, miedo a romper la magia del olvido, miedo al miedo, miedo a la trasparencia del cristal, miedo a caer en algo sensiblero…

Y no consigo sacarme todas aquellas sonrisas y ponerlas aquí. Eso bastaría. No consigo escuchar toda aquella música. Y me voy a la cama pensando que soy un burgués acomodado más. Menos mal que la rubia sigue sonriendo por los dos y que tira de mí y colorea mis días grises. Y muchas otras cosas más que hacen más hermoso todo. Y menos difícil. Pero eso es otra historia.

A veces siento que soy alguien que se ha olvidado del valor de lo sencillo. Aunque igual tú tampoco te acuerdas. Aunque igual no sabes de qué te estoy hablando. Siento que soy alguien que no es fiel a su libertad. Alguien que como los personajes de Sam Mendes en Revolutionary Road (a saber cómo la han traducido) se acaba de dar cuenta de que no es especial; de que es como todos los demás. Sin ánimo de insultar, que conste. Sin ánimo de arengar a las masas de las cavernas. Pónganse ustedes las gafas. La luz duele.

Siempre he pensado que YO era alguien que estaba aquí para hacer algo extraordinario. Y esa promesa me ha mantenido en pie hasta hoy.

Y hace unos días que me he dado cuenta de que no. De que lo único que me espera es eso… lo que a todos.

Así que he decidido que voy a hacer solo un homenaje agridulce a Aquellos Maravillosos Años que pasé refugiado en aquellas cochambrosas paredes, decoradas con un papel pasado de moda ya antes de que los caseros lo compraran. Aunque más que las aventuras de aquel dulce niño que hizo que nos sintiéramos menos solos y nos hizo creer en un mundo mejor, nuestra historia se parece más a una especie de Al Salir de Clase gore dirigido por Alex de la Iglesia (cuando era bueno) o Quentin. Pero no hubo muertos. No más que algún que otro padre, alguna madre y alguna hermana. Puto cáncer. En todo caso no hubo muertos en plan Acción Mutante o Kill Bill. Y las únicas armas que había en aquel salón eran el humor, el sarcasmo, la ironía y una amistad que hace que esto de ser nómada por naturaleza sea una putada. No sé si me entiendes.

Nuestra historia es una especie de Sleepers o de Mystic River pero sin malos rollos, o por lo menos no como los de esos dramas. Y quizá es eso lo que estoy esperando, que sus protagonistas se reúnan y que no se separen nunca más. Y así cambiar el final, porque en las películas de Barry Levinson y de Clint Eastwood después de las reuniones a través de los años, los protagonistas terminan bastante mal. Perdón si te he jodido el final. Por cierto, si no has visto alguna de las películas no se qué cojones estás haciendo leyendo esta basura.

Es curioso, pero acabo de darme cuenta de que en ambas películas sale Kevin Bacon. Y en las dos hace de poli. Cómo me gusta el Sr. Bacon.

En mi historia no hay polis, aunque uno de aquellos amigos que pasaron interminables horas en un sofá atrapapersonas y peinapelos sea hoy inspector de aduanas.

En mi historia los protagonistas son tan normales como tú y como yo, pero hicieron de su día a día algo extraordinario. O fueron las drogas?

Sí, aquellos fueron los mejores años de mi vida. Fueron los años donde no había responsabilidades y todo era fácil. Ya lo decía mi aita en sus premonitorios “Ya te darás cuenta”. Estaba solo. Y a veces me dolía estar solo… mejor no sigo que no tengo drogas, mejor no sigo que no tengo psiquiatra todavía.

Quizá porque tengo puestos unos largos calcetines rojos, unos pantalones de colores como los que lleva Obelix, me he dejado una barba bastante agquerosa, he engordado un poco mucho, llevo más anillos que M.A (en inglés es B.A, por si te interesa) y tengo una resaca de puta madre, mi memoria haya decidido llevarme hasta aquella época. Puede ser que sea un síndrome de Peter Pan, o la crisis de los 30 que llega tarde, o la de los 40 que se ha adelantado, o alguna otra crisis… porque las crisis tienen la culpa de todo. Si ya lo decía Ernest Rutherford; “no tenemos dinero, así que tenemos que pensar”. Einstein también dijo algo parecido sobre el valor de la imaginación en los tiempos crisis. Estos judíos… Ves como quedan bien esas citas? Le dan un toque estilístico a la basura sentimentaloide que acababa de vomitar. O quizá no. Quizá esto sea insalvable.

Joder, como me duele el bolo. Mira que me tengo dicho… nada de vino blanco. El vino blanco es para maricas. Toma marica!

De aquellos días conservo muchas cosas, no solo un lamentable sentido de la estética. Conservo mucha música. Y cuando me armo de valor y pongo alguna de aquellas canciones, es como sacar un billete para un viaje supersónico al pasado. Lo malo es que es de ida y vuelta. Por ello me he ayudado de la enorme discoteca que tengo, cual John Cusack en High Fidelity (o Alta Fidelidad… aquí tradujeron el título más o menos bien…) y ahora mismo estoy escuchando a Salomé de Bahía. Además, esa canción que me une tanto a aquellas personas, no podía llamarse de otra manera que Outro Lugar

Y durante un instante vuelvo a tener veinticuatro años. Sigo vistiendo igual… calcetines rojos, pantalones y tamaño de Obelix, camiseta pancarta, joyas como el negrata del equipo A, barba cerda, y mis cuadernos de poesía. Aquí tienes el resto de la música. Después de Salomé, viene el emigrante de Nitin, luego los franceses de Air, la inigualablemente espeluznante Bjork, los geniales Kruder & Dorfmeister, Ludovique Navarre a la cabeza de Saint Germain, pasando por el alegro ritmo de Curtis Mayfield, la tristeza de Belle & Sebastian y el mensaje de Placebo… hasta llegar a la ironía de Astrud, el ritmo de Najwa, la frescura pseudointelectual de Parafunk, la pasión de Camarón, la nube de Fangoria, el éxito de Nek y los ineludibles Camela, con el Dioni de puestón.

Y no solo eso… incluso recuerdo a Rocío Durcal! menos mal que no me da mucho por ahí y que no tengo ningún tema de aquel sucedáneo ibérico de Shirley Temple… y menos mal tampoco tengo una camiseta negra con tres seises rojos en el pecho y que detrás diga “Satán vive en mi!!!”, ni simulo meterme un palo de escoba por el culo, mientras la madrileña entona “me gustas mucho, me gustas mucho tú… tarde o temprano seré tuya, mío tú serás”. Eso es un hecho real y lo demás son bobadas.

Cada vez que escucho Bergman (no Ingrid, ni Ingmar), Thievery Corporation, Aphrodelics, Jamiroquai, Fantastic Plastic Machine, Doctor Deseo, Lou Reed, Bob Dylan, Rinocerose, Llorca, Café Del Mar (me quedé en los 7 primeros), Everything But The Girl, Propellerheads, Ian Pooley, Cindy Lauper, Telephunken, cualquier disco de la serie Hotel Costes, Vicente Amigo, Moloko, Portishead, Morcheeba, Héroes del Silencio, Reminescence Quartet, Radio Futura, Miguel Bosé, The Brontes, Jazzanova, los dos recopilatorios “Jazz Brasil”, Craig Armstrong o incluso Soundgarden… me traslado inevitablemente a Outro Lugar.

Muchos de esos discos están prohibidos y su utilización es peligrosa, dado su efecto rejuvenecedor de corta duración y el riesgo de sobredosis de nostalgia irreversible y recuerdos sonoros a la vez dolorosos y a la vez dolorosos. Cada recuerdo sonoro se transforma en una imagen, en una sensación, en un olor, en una mirada. Y me pongo a recordar.

Desde Pedro Orbea solíamos ir a bailar a un sitio que se llamaba Odile, a excasos metros de otra de las casas en las que habíamos vivido años antes en la calle Manuel Iradier. Como no podía ser de otra manera, aquel antro de luces rojas y jerseys rojos, camisetas de tirantes, roces de piel de otro planeta, ritmos prohibidos, peluquerías incandescentes, wáteres oscuros, palos de billar y el mejor DJ del mundo, se quemó. Así esta historia tiene más fuerza. Hay más dramatismo, casi como en una ópera. Es mejor que ya no exista, porque seguro que volver allí no sería una buena idea. A la vuelta de muchas de aquellas (des)veladas, el amanecer nos descubría casi siempre frente al luminoso letrero de Clínica La Esperanza, cual mensaje de Carlos Jesús en un escenario de Ridley Scott. Nunca se me hubiera ocurrido mejor manera de subrayar cada minuto de aquellos paseos donde no tocaba el suelo que ese letrero. Ahora, en ese sitio han puesto el Artium. Todo se transforma. De aquellos días queda ya poco. De aquellos días solo me quedan recuerdos. Y los calcetines, y los pantalones, y los discos… (Aquí tienes una compilation que se curro DJ Inigon en su dia, bautizada como "Odile Mix")

Pero, contrariamente a lo que parezca, nada ha cambiado. Sigo soñando. Debe de ser la resaca. Puede que ahí esté el núcleo de mi problema. En volver constantemente a eso que son sólo recuerdos. Ese pasado idealizado gracias a las imperfecciones biológicas de la memoria. Y entonces veo que nada ha cambiado. Lo único, que al abrir los ojos, estoy sólo. Para hacer más soportable el viaje me pongo a ordenar algunas viejas fotos, las pocas que no he perdido entre traslado y traslado, cerrando y abriendo maletas:



Si sigo mirando, encuentro más fácilmente fotos de un pasado más cercano, menos remoto. Y veo con una sonrisa lo que somos hoy:




O con una lágrima:



Tras ver esos montajes, y sentir que no estoy solo en mis viajes sensibleros, esbozo una sonrisa más. Una sonrisa como aquellas de la calle Pedro Orbea. Con más arrugas, con menos memoria pero con más conciencia de quién soy a pesar de que siga sin saber lo que quiero ser.

Y dejo los detalles de cada historia para otra vez, esto es solo un prólogo sin valor. Y como tengo que explicarlo todo por esa falta de confianza en la inteligencia humana, que sepas que ese “sin valor” tiene doble sentido.

Estoy seguro de que volveré ahí, sin necesidad de chocar mis zapatos pero si de ponerme estos calcetines rojos. Y entonces seguiré quitándole el polvo a aquellas cenas con vasos de cubata que llevan días pegados a una horrible y pesada mesada de madera y mármol. Volveré a ese lugar dónde un par de libros equilibran una maltrecha tele (donde por una extraña razón solo conservo imágenes de Al Salir de Clase, de Félix Linares, de Mensaje en una botella, de Sardá y sus secuaces y de Otoño en Nueva York (premonitorio de lo que me tenía reservada la lotería de la vida)). Seguiré escuchando música en un aparato de música y no en un trozo de plástico premio de glotonería yogurtera y quizá recuerde algo más que un cuadro de una mujer que nos miraba atónita desde su naturaleza acrílica.

Aquí empieza algo, que hará que aquello se termine dando paso a esto otro. Quizá lo que cuente es real, o solo ficción, o las dos cosas, a ti que mas te da...

Aquí tienes el primer video en vimeo, aquí el segundo y aquí el tercero. Aquí la primera colección de canciones y aquí la segunda. Y como no, aquí el PDF con el texto.

2 comentarios:

Beatxu dijo...

... me encanta ver que el tiempo pasa y que hay cosas que no cambian, algunas incluso mejoran...(no voy a pensar en las demás)

Eres GRANDE N!!!
muchos recuerdos han pasado por mi mente, me alegro de haber estado alli ;DD, de haber podido compartir algún que otro momento con algunos de vosotros... ASKO GUTZUTIE!!! OS QUIERO!!!

Eskerriks elkarbanatzeagatik...

Mxxx

Anónimo dijo...

No sabes como me has revuelto este año con tus envios. Me has enseñado tantas formas de expresar lo que siento que algún día te lo mostraré.

Aunque nunca estuve en Pedro Orbea, sé que las horas de Psicofarmacognosia impartidas por un catalino estuvieron presentes. Como me atastéis al País Vasco.

joan