2012-12-18

EL TÍO JAIME


Entre las notas para mi segunda novela rescato hoy esto.
Notas que escribí en Irapuato (Guanajuato, México) este Octubre.
Conjunto de notas que llamé Aperitivos Cervantinos; apuntes para El Esquizofrénico Perenne (título provisional):

Día 2: 11 de Octubre

Vamos a Guanajuato en su coche entre hermosos cerros que parecen de arcilla. Aparcamos en el sexto piso de un parking a las puertas de la ciudad. Caminamos. El tío Jaime lleva su cámara pegada al ombligo, colgada con una fina cuerda blanca. El tío Jaime es fotógrafo, entre otras cosas que voy descubriendo poco a poco. Me habla del Festival Cervantino de Guanajuato, del que estos días se está festejando el cuarenta aniversario. El tío Jaime fue actor. Fue el Quijote durante más de quince años. Me habla de su hermano Arturo, al que quiere tanto que no menciona al resto de sus hermanos y yo termino creyendo que son sólo dos.

Vamos a casa de Diego donde subo unas escaleras y veo el cuadro la iglesia de Lekeitio. Le hablo al tío del error eclesiástico nunca enmendado por las autoridades vascas, ocupadas seguramente con otros menesteres que poco tienen que ver con la cultura. El cuadro se llama Catedral de Vizcaya, cuando en Vizcaya solo hay una catedral que no está en Lekeitio. Con estupideces como esta pensaba enganchar primero a un editor y después a algún que otro lector despistado. Por suerte o por desgracia –sobre todo por vergüenza- sospecho que mi primera novela será sólo mía.

Dejamos la sala de los primeros trabajos de Diego. Académicos. Sin talento. Sin fuerza. Sin voz. Todavía… porque Diego, a diferencia de la mayoría, la encontró. Pasamos rápidamente por la sala que yo llamo de “éxitos”, por razones obvias. Cada vez me gusta menos lo obvio, por fácil. Por dirigido. Por impenetrable. Por aburrido y manido.

En la sala de “Desnudos” descubro un cuadro que Diego pintó de Frida sentada en una cama, completamente desnuda. Es la primera vez que veo a Frida hermosa. Es la primera vez que veo a Frida a través de los ojos de Diego. Es la primera vez que veo a Frida a través de los ojos del deseo. Fantaseo, erotizado, con la idea de comprar el cuadro. Ni siquiera compraré un poster. Por copia sin vida.

El tío me cuenta que expuso algunas fotos de sus panteones en este mismo museo. Panteones que yo confundo e imagino como algo que no son. Los panteones del tío son mis tumbas, son los mausoleos de los cementerios, son las estatuas a los muertos. Me habla del origen de su pasión por los panteones. Niño muy observador y travieso (hoy quizá bautizado autista o hiperquinético) se escondía de su padre en los panteones. Me lo imagino escondido entre cruces de mármol y pilares grises y blancos, entre fechas y nombres y apellidos. Aprendió rápido –como sucede con todo aprendizaje inconsciente y curioso- y terminó convirtiéndose en guía no oficial (como todo en este país de impunidades y oportunidades) del cementerio. El pequeño Jaime ganó sus primeras monedas llevando a familiares de fuera de la comarca a buscar a sus muertos. Años después el tío fotografió cientos de casas de esos y de otros muchos muertos. En el estado de Guanajuato, me dice el tío, hay muchos cementerios hermosos. En las tiendas de souvenirs hay mucho material sobre muertos.

De pie en medio de una sala sin gente, el tío me cuenta como consiguió su diploma de fotografía en tres días. Antes de que empiece intuyo que esa historia será poema. La escucho con atención. Salimos del museo. Me saca unas fotos en la puerta de la casa de Diego. Yo antes le he robado uno o dos instantes. La venganza del fotógrafo… que se convierte en objeto fotografiado. En momento congelado.





Vamos a caminar más. Me lleva a una plaza. Plazuela de San Fernando, leo. Se para con sus amigos de café y se sienta con ellos.


Yo desaparezco. Camino por la plaza solo. Me siento invisible en un banco y saco mi libreta negra:

Mi ombligo
era una cámara de fotos,
me dice el tío Jaime
entre paredes
que un día colgaron
sus panteones.
Mientras,
las resacas cervantinas
mantienen vacía Guanajuato.

Necesitaba el papelito,
sigue el tío ensimismado;
la única forma
de demostrar
que era fotógrafo
era eso en blanco y negro,
no parecía servir
con las fotos.
Al ir a matricularme
me encontré en la ventanilla
con un ex-alumno mío.
Le expliqué mis intenciones
él me pidió que regresara
en un par de días,
que tenía una sorpresa
o un secreto… no lo recuerdo;
se frota los ojos.

Me fui algo molesto
pero volví
por eso por lo que todos volvemos,
la dichosa curiosidad…

Al llegar volví a ver
a mi antiguo aprendiz.
Al parecer, no podía ser
que Don Jaime Padilla
fuera alumno de la escuela
de la que debería
ser profesor
catedrático, decano o rector.
Me propuso un examen
tras el cual
me darían el diploma,
siempre y cuando
demostrara merecerlo.
Me senté e hice el examen.
99.99. Todavía hoy
sigo peleando por ese punto.

Esa es la historia
de cómo me recibí en tres días…

Yo saboreo sus palabras
con olor a maíz asado
de regreso
frente a Frida desnuda
que me turba y me excita.
Por fin la he visto
vestida de amor y deseo.

Me doy la vuelta
veo al tío Jaime
con su ombligo digital
colgado de un cordón hi-tech
mirándome
a través de sus torcidas lentes.

El tío Jaime
es el tío de todos.
Yo me pasaría
horas escuchándolo
como pasa
cuando encuentras
a alguien
que tiene algo que contar
y encima lo cuenta bien
con aire familiar.



Jaime vuelve. Vamos al mercado que Porfirio, un dictador hijo de puta más, se trajo de Francia piedra a piedra. Es una gigantesca estación de tren. Un bazar de ropa, recuerdos, comida barata, frutas y verduras que no he visto antes… olores. Mujeres feas. Hombres feos. Pobreza.

Nos paramos junto a unas gigantescas fotos de Nureyev en paneles de carretera en medio de una gran avenida. Son del tío. Su nombre no aparece por ningún lado. Un artista invisible. Estamos cerca de la Alhóndiga de Guanajuato, frente a una estatua del libertador Manuel Hidalgo. Un cura con cara de compositor que empezó una revolución queriendo ser español y no libertador de los mexicas, que terminó once años después con –otra vez- la liberación y la independencia.

Cada dos minutos paran al tío por la calle. Sus amigos empiezan a despertar con resaca. Tengo la impresión de que aquí Jaime es más famoso que Nureyev, casi tanto como Hidalgo.

Salimos a la calle. Calor. Sol. Vamos a comer. El tío me lleva al Nalgódromo. Elije por mí; Enchiladas Mineras. Me habla del mole que él ha pedido, pero por miedo a intoxicarme me dice que pruebe de su plato, no vaya a hacerme daño al estómago de pinche europeo burgués delicado (eso me lo digo yo a mí mismo, Jaime nunca me hablaría así).

Comemos. Bebemos cerveza mexicana. No recuerdo la marca de la mía. Es una cerveza suave, una de esas a las que los belgas llaman “bière de femme”. Capuccino después. El tío pide un Strudel de manzana. No me deja pagar. Un mariachi de tez oscura vestido de naranja chillón, Ben el trompetista, al que llamaban Ben Armstrong, le regala al tío un DVD con una actuación. Ben quiere que el tío le dé su visto bueno, eso dice mientras lo mira con sumo respeto.

Acto seguido una mujer viene a abrazar al tío. Lo quiere mucho. Apenas le da tiempo a levantarse de la silla. Lo besa varias veces. Lo achucha. Se acurruca en su pecho mientras le abraza la cintura desde un costado. Le recrimina haber desaparecido del mapa, casi llorando, emocionada. El tío la invita a la presentación de un libro que tendrá lugar el domingo catorce a las doce del mediodía en el teatro Juarez.

Fantaseo con la idea de que el tío se haya escapado de Guanajuato, como exiliado. No sé por qué. Pienso que podría tener que ver con una mujer. Se fue tras una. Huyó de una. No pudo soportar vivir en la misma ciudad que alguno de sus antiguos amores, platónicos o fracasados o gastados. Quizá un poco de todo.



Me queda claro que el tío ha sido objeto de deseo de muchas mujeres. Él mira a un portal que tenemos en frente. Ahí hicimos unas juergas terribles, me dice. Encima de la casa de un magistrado muy famoso, que terminó llamando a la policía. Nos prohibieron la entrada de bebida. Nos las ingeniamos para que nos subieran botellas con una polea… me señala el bar que está en el portal de al lado. Eneko, pásala bien, a tal grado que se te pierda el vaso pero que no te retires de la bebida

Nos volvemos a Irapuato.

Día 5: 14 de Octubre

Se ha acabado el teatro. La presentación ha terminado.

Vamos a tomar algo. Nos sentamos en una terraza en la misma plazuela de san algo. Tomo el ejemplar del libro que le han regalado al tío. Me voy directo al capítulo dedicado a él. Lo leo como una flecha. Me quedo con las anécdotas que cuenta. Me las guardo.

[…] se convirtió en el Quijote. Medía 1.92 y pesaba 75 kilos. Era guapo y alto. El maestro Enrique Ruelas le preguntó si quería hacer de Quijote. Él respondió que con mucho placer, pero que no era actor. El licenciado le contestó categórico “Eso se puede componer”.

Sigue siendo guapo y alto. Ahora es también un gran actor retirado. Minutos después me despido de él. Algo me dice que no volveré a verlo. Aunque igual soy yo y mis melodramas. “Conocerte ha sido algo obsceno, eres un tipazo. Es un gran honor compartir un poco de tu sensibilidad y emoción por casi todo” me dice antes de abrazarnos en silencio. Yo también, como todas sus amantes, me refugio en su pecho. Es muy alto el tío Jaime.

Me alejo boquiabierto camino de otro parking mientras el vacío que me sube por la garganta se hace invisible. Me siento como el niño que trepa sin hacerse preguntas inútiles de por y para qué, cómo o hasta dónde.

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