2012-06-01

GUSTAVO ARIEL SCHWARTZ


Trabaja en la universidad. Es investigador del CSIC. Es escritor. Investiga las relaciones entre ciencia y arte. Es argentino. Es un krak. Ha escrito un libro de cuentos. Una entrada en su nuevo blog:

Estación de autobuses de San Sebastián. Mientras espero la salida del autobús tomo un cortado en la cafetería; mientras tomo el café un hombre se juega frenéticamente sus últimos euros en una máquina tragamonedas; mientras juega, el hombre insulta a la máquina (aunque probablemente se proyecte en la máquina y se esté insultando a sí mismo) y la sacude y la patea. Los bares con máquinas tragamonedas son parte del paisaje urbano en España; siempre me he preguntado qué se siente esperar que el azar de una máquina te escupa algunos euros que trágicamente irán a parar de nuevo a su enorme e insaciable abdomen metálico. Esperar, esa es la palabra mágica; jugar en una tragamonedas, jugar al bingo, a la lotería, a la ruleta, nos limita a la inocua y absurda tarea de esperar. Y en esa gran estación de autobuses en la que vivimos solemos esperar; esperar a que las cosas ocurran, esperar a veces demasiado; esperamos el autobús de la felicidad, o el autobús del amor, el de la casa propia, el del fin de semana, el del verano, el de los ideales; esperamos demasiado. Y a veces el autobús no llega y entonces descargamos nuestra impotencia contra lo primero que encontramos, como el hombre de la máquina tragamonedas. Y es que al elegir esperar es como si depositásemos monedas de tiempo en una máquina tragadías, tragavidas; monedas de tiempo que ya no recuperaremos; puede que a veces ganemos un par de ellas, que encontremos un atajo, pero a la larga la opción de esperar hará que la máquina se trague todas nuestras monedas; y entonces sí llegará el autobús, el último autobús, el que no queríamos tomar. Y tú, ¿qué autobús estás esperando?

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