Dicen que escriba lo que me gustaría leer. Así
de simple. Me dicen que sobre todo no cite. Que no sea pedante, ni cultista. Que no describa, porque no sé.
Que trabaje los personajes. Que me pierdo y devaneo. Que no tengo claro a dónde
quiero ir.
Acción y más acción. Que la gente quiere acción,
y solo eso. Que a nadie le interesa aprender nada. Que todo el mundo está
harto. Que nadie lee. Que mi estilo es caótico, mi ritmo irregular, mis
diálogos son mediocres y discordantes. Que no me cree nadie. Que no me entiende
nadie. Que el melodrama apesta. Que me lea en voz alta. Que escriba lo que me gustaría
leer.
Me dicen que no haga caso de lo que me
dicen otros; que preserve mi voz. Que haga lo que me de la gana. Que disfrute
de la libertad del anonimato. Que nadie está mirando. Que no habrá testigos. Solo
víctimas y verdugos.
Que lea lo justo. Que si leo mucho, copiaré
y perderé mi esencia, mi estilo. Que no tengo estilo. Que lea mucho. Todo lo
que pueda. Que no deje de leer. Que no deje de escribir. Que no importa el
idioma.
Que tengo talento. A veces. Pero que tengo
que trabajar mucho mis textos. Que me tengo que sacrificar. Que es como todo.
Que todo cuesta. Que escriba cuando la bestia me posea. Cuando, sin previo
aviso, me desnude y me viole… a las dos de la madrugada, en la cola del
supermercado o en la escuela rodeado de la felicidad infantil. Esa que no se ha
perdido. Esa que intento reaprender durante tres horas cada tarde. Imaginación
y felicidad que tomo prestada a diario, como vampiro.
Una vez enculado no debo sentirme humillado.
Debo ser humilde. Más humilde. Dicen que deje reposar el texto y que vuelva pasado
un tiempo. Que lo corrija como si no lo hubiera escrito yo. Como si fuera un
loco amnésico. Que lea y relea, y deje solo lo esencial, lo necesario. Que debo
desprenderme de mí. Que pula a hueso.
Que empiece desde cero. Que la novela es
una mierda. Que la historia de amistad es débil, es redundante, es poco
interesante. Que la aniquile. Que la olvide. Que la historia vale la pena. Pero
solo eso. Que se nota demasiado que no tengo nada que contar. Que soy un buen
pescador, pero nada más.
Que destruya todo. Que asesine lo que no
vale. Que las palabras no sangran. Que será el crimen perfecto, porque nadie
estará mirando. No habrá brutalidad policial ni tortura despiadada. No habrá asesinos
en serie vestidos de juez. No habrá más impunidad.
Dicen que cuando algo me emociona e inspira
de verdad, estoy próximo a hacer literatura. La emoción es la violación en sí
misma. Ese conjunto de hechos extraordinarios que me esculpen. El fluir de la bestia
caliente incontrolable me saca a patadas de la fila del supermercado y me clava
en el suelo con mi libreta negra. Estoy desnudo con mis ropas hechas añicos. Soy
mendigo, paria social seducido por los cantos de sirena. Es cierto que nadie está
mirando. Es cierto que nadie está escuchando.
Esos gritos, todas esas voces discordantes,
mi loquero imaginario las llama crisis existencial. Una más. Yo prefiero
llamarlos revolución. Pero una de verdad. No como unos empujones de esos,
disfrazados de pelea callejera, que no terminan en nada. Un combate donde muere
gente. Donde algunas voces serán silencio y memoria.
Y vuelven… que no adorne. Que mis palabras
no son navidad ni festival de primavera ni fiesta de aniversario. Que mi escritura
esta hecha de acciones, de cortocircuitos de palabras directas que golpean. Que
edite. Que deje que la fuerza de la evocación le permita al lector emocionarse
sin que lo lleve de la mano.
El problema son las unidades de medida.
¿Cuánto tiempo tengo que esperar para
volver al texto? ¿A quien quiero engañar? No sé esperar. Soy un puto impaciente
de mierda. Impaciente porque quiero que
el lector me rescate, quiero que mis viejos amigos estén al otro lado. Odio la
soledad. Escribir es soledad. Me corroe comunicarme.
¿Cuántas palabras valen? ¿Cuántas acciones?
¿Qué personajes son buenos? ¿Y que hago con los diálogos? ¿Cuándo una descripción
es demasiado larga? ¿Quién dicta las normas? ¿Quién decide que Picasso es bueno
y que Luisa González no? ¿Quien distingue al genio del mediocre?
La lista de preguntas es interminable y lo
congela todo. La literatura cuántica no es para mí. Estoy atenazado. Atado de
pies y manos. Detenido. Y no hay fianza. Y no hay llamada. Solo hay una víctima
y un verdugo. Los dos están en la misma celda húmeda.
Mis voces no se callan. El día que se callen
dejaré de tener miedo. Mi adiós no será una muerte estilo imperio. Será un
silencio más. Pero este será eterno. Entonces me daré cuenta de que los demás
estaban ya muertos. Que por eso estaba solo. Solo con mis voces. Todas las
equivocaciones darán igual. Ya no habrá ningún misterio.
De momento he empezado a escribir mi
segunda novela. Porque el escritor escribe, nada más y nada menos. El asesino
vive su condena. Esta vez escribiré lo que quiero leer.
3 comentarios:
Holaaaaaaaaaa,
Uyy, perdon creía que era la web del Marca, se ve que me he equivocado!!!!!!!!!! jajajajajaja
Te leooooooooooo
Muxus
Lo siento por lo de la primera novela aunque, a juzgar por esta entrada de tu blog, estoy segura que vas a lograr lo que te propones.
Escribir no es fácil y, como tu bien dices, la calidad del escrito es muy subjetiva. Sin embargo, creo que tu estilo gustará a muchos sujetos... Es cuestión de tenacidad y creatividad. Dos cualidades que no te faltan. Y por ello te envidio.
Suerte y sigue así!
Petons,
Núria
Yo reitero que eres mi heroe, de novela y de realidad. No me importa la humildad en este caso, tú eres mi héroe ahora que te leo, eso vale como recurso literario?
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