Entre las notas para mi segunda novela rescato hoy esto.
Notas que escribí
en Irapuato (Guanajuato, México) este Octubre.
Conjunto de notas que llamé Aperitivos Cervantinos; apuntes para El Esquizofrénico Perenne (título provisional):
Conjunto de notas que llamé Aperitivos Cervantinos; apuntes para El Esquizofrénico Perenne (título provisional):
Día 2: 11 de Octubre
Vamos a Guanajuato
en su coche entre hermosos cerros que parecen de arcilla. Aparcamos en el sexto
piso de un parking a las puertas de la ciudad. Caminamos. El tío Jaime lleva su
cámara pegada al ombligo, colgada con una fina cuerda blanca. El tío Jaime es
fotógrafo, entre otras cosas que voy descubriendo poco a poco. Me habla del
Festival Cervantino de Guanajuato, del que estos días se está festejando el
cuarenta aniversario. El tío Jaime fue actor. Fue el Quijote durante más de
quince años. Me habla de su hermano Arturo, al que quiere tanto que no menciona
al resto de sus hermanos y yo termino creyendo que son sólo dos.
Vamos a casa de
Diego donde subo unas escaleras y veo el cuadro la iglesia de Lekeitio. Le
hablo al tío del error eclesiástico nunca enmendado por las autoridades vascas,
ocupadas seguramente con otros menesteres que poco tienen que ver con la
cultura. El cuadro se llama Catedral de Vizcaya, cuando en Vizcaya solo hay una
catedral que no está en Lekeitio. Con estupideces como esta pensaba enganchar
primero a un editor y después a algún que otro lector despistado. Por suerte o
por desgracia –sobre todo por vergüenza- sospecho que mi primera novela será
sólo mía.
Dejamos la sala de
los primeros trabajos de Diego. Académicos. Sin talento. Sin fuerza. Sin voz.
Todavía… porque Diego, a diferencia de la mayoría, la encontró. Pasamos
rápidamente por la sala que yo llamo de “éxitos”, por razones obvias. Cada vez
me gusta menos lo obvio, por fácil. Por dirigido. Por impenetrable. Por
aburrido y manido.
En la sala de
“Desnudos” descubro un cuadro que Diego pintó de Frida sentada en una cama,
completamente desnuda. Es la primera vez que veo a Frida hermosa. Es la primera
vez que veo a Frida a través de los ojos de Diego. Es la primera vez que veo a
Frida a través de los ojos del deseo. Fantaseo, erotizado, con la idea de
comprar el cuadro. Ni siquiera compraré un poster. Por copia sin vida.
El tío me cuenta
que expuso algunas fotos de sus panteones en este mismo museo. Panteones que yo
confundo e imagino como algo que no son. Los panteones del tío son mis tumbas,
son los mausoleos de los cementerios, son las estatuas a los muertos. Me habla
del origen de su pasión por los panteones.
Niño muy observador y travieso (hoy quizá bautizado autista o hiperquinético) se
escondía de su padre en los panteones. Me lo imagino escondido entre cruces de
mármol y pilares grises y blancos, entre fechas y nombres y apellidos. Aprendió
rápido –como sucede con todo aprendizaje inconsciente y curioso- y terminó convirtiéndose
en guía no oficial (como todo en este país de impunidades y oportunidades) del
cementerio. El pequeño Jaime ganó sus primeras monedas llevando a familiares de
fuera de la comarca a buscar a sus muertos. Años después el tío fotografió
cientos de casas de esos y de otros muchos muertos. En el estado de Guanajuato,
me dice el tío, hay muchos cementerios hermosos. En las tiendas de souvenirs hay mucho material sobre muertos.
De pie en medio de
una sala sin gente, el tío me cuenta como consiguió su diploma de fotografía en
tres días. Antes de que empiece intuyo que esa historia será poema. La escucho
con atención. Salimos del museo. Me saca unas fotos en la puerta de la casa de
Diego. Yo antes le he robado uno o dos instantes. La venganza del fotógrafo…
que se convierte en objeto fotografiado. En momento congelado.
Vamos a caminar más. Me lleva a una plaza. Plazuela de San Fernando, leo. Se para con sus amigos de café y se sienta con ellos.
Yo desaparezco. Camino por la plaza solo. Me siento invisible en un banco y saco mi libreta negra:
Vamos a caminar más. Me lleva a una plaza. Plazuela de San Fernando, leo. Se para con sus amigos de café y se sienta con ellos.
Yo desaparezco. Camino por la plaza solo. Me siento invisible en un banco y saco mi libreta negra:
Mi ombligo
era una cámara de fotos,
me dice el tío Jaime
entre paredes
que un día colgaron
sus panteones.
Mientras,
las resacas cervantinas
mantienen vacía Guanajuato.
Necesitaba el papelito,
sigue el tío ensimismado;
la única forma
de demostrar
que era fotógrafo
era eso en blanco y negro,
no parecía servir
con las fotos.
Al ir a matricularme
me encontré en la ventanilla
con un ex-alumno mío.
Le expliqué mis intenciones
él me pidió que regresara
en un par de días,
que tenía una sorpresa
o un secreto… no lo recuerdo;
se frota los ojos.
Me fui algo molesto
pero volví
por eso por lo que todos volvemos,
la dichosa curiosidad…
Al llegar volví a ver
a mi antiguo aprendiz.
Al parecer, no podía ser
que Don Jaime Padilla
fuera alumno de la escuela
de la que debería
ser profesor
catedrático, decano o rector.
Me propuso un examen
tras el cual
me darían el diploma,
siempre y cuando
demostrara merecerlo.
Me senté e hice el examen.
99.99. Todavía hoy
sigo peleando por ese punto.
Esa es la historia
de cómo me recibí en tres días…
Yo saboreo sus palabras
con olor a maíz asado
de regreso
frente a Frida desnuda
que me turba y me excita.
Por fin la he visto
vestida de amor y deseo.
Me doy la vuelta
veo al tío Jaime
con su ombligo digital
colgado de un cordón hi-tech
mirándome
a través de sus torcidas lentes.
El tío Jaime
es el tío de todos.
Yo me pasaría
horas escuchándolo
como pasa
cuando encuentras
a alguien
que tiene algo que contar
y encima lo cuenta bien
con aire familiar.
Jaime vuelve. Vamos
al mercado que Porfirio, un dictador hijo de puta más, se trajo de Francia
piedra a piedra. Es una gigantesca estación de tren. Un bazar de ropa, recuerdos,
comida barata, frutas y verduras que no he visto antes… olores. Mujeres feas.
Hombres feos. Pobreza.
Nos paramos junto a
unas gigantescas fotos de Nureyev en paneles de carretera en medio de una gran
avenida. Son del tío. Su nombre no aparece por ningún lado. Un artista invisible.
Estamos cerca de la Alhóndiga de Guanajuato, frente a una estatua del
libertador Manuel Hidalgo. Un cura con cara de compositor que empezó una
revolución queriendo ser español y no libertador de los mexicas, que terminó
once años después con –otra vez- la liberación y la independencia.
Cada dos minutos paran
al tío por la calle. Sus amigos empiezan a despertar con resaca. Tengo la
impresión de que aquí Jaime es más famoso que Nureyev, casi tanto como Hidalgo.
Salimos a la calle.
Calor. Sol. Vamos a comer. El tío me lleva al Nalgódromo. Elije por mí; Enchiladas Mineras. Me habla del mole que
él ha pedido, pero por miedo a intoxicarme me dice que pruebe de su plato, no
vaya a hacerme daño al estómago de pinche europeo burgués delicado (eso me lo
digo yo a mí mismo, Jaime nunca me hablaría así).
Comemos. Bebemos
cerveza mexicana. No recuerdo la marca de la mía. Es una cerveza suave, una de
esas a las que los belgas llaman “bière de femme”. Capuccino después. El tío
pide un Strudel de manzana. No me deja pagar. Un mariachi de tez oscura vestido
de naranja chillón, Ben el trompetista, al que llamaban Ben Armstrong, le
regala al tío un DVD con una actuación. Ben quiere que el tío le dé su visto
bueno, eso dice mientras lo mira con sumo respeto.
Acto seguido una
mujer viene a abrazar al tío. Lo quiere mucho. Apenas le da tiempo a levantarse
de la silla. Lo besa varias veces. Lo achucha. Se acurruca en su pecho mientras
le abraza la cintura desde un costado. Le recrimina haber desaparecido del mapa, casi llorando, emocionada. El tío la invita a la presentación de un libro que
tendrá lugar el domingo catorce a las doce del mediodía en el teatro Juarez.
Fantaseo con la
idea de que el tío se haya escapado de Guanajuato, como exiliado. No sé por
qué. Pienso que podría tener que ver con una mujer. Se fue tras una. Huyó de
una. No pudo soportar vivir en la misma ciudad que alguno de sus antiguos
amores, platónicos o fracasados o gastados. Quizá un poco de todo.
Me queda claro que
el tío ha sido objeto de deseo de muchas mujeres. Él mira a un portal que
tenemos en frente. Ahí hicimos unas juergas terribles, me dice. Encima de la
casa de un magistrado muy famoso, que terminó llamando a la policía. Nos
prohibieron la entrada de bebida. Nos las ingeniamos para que nos subieran
botellas con una polea… me señala el bar que está en el portal de al lado. Eneko, pásala bien, a tal grado que se te
pierda el vaso pero que no te retires de la bebida…
Nos volvemos a Irapuato.
Nos volvemos a Irapuato.
Día 5: 14 de Octubre
Se ha acabado el
teatro. La presentación ha terminado.
Vamos a tomar algo.
Nos sentamos en una terraza en la misma plazuela de san algo. Tomo el ejemplar
del libro que le han regalado al tío. Me voy directo al capítulo dedicado a él.
Lo leo como una flecha. Me quedo con las anécdotas que cuenta. Me las guardo.
[…] se convirtió en el Quijote. Medía 1.92 y
pesaba 75 kilos. Era guapo y alto. El maestro Enrique Ruelas le preguntó si
quería hacer de Quijote. Él respondió que con mucho placer, pero que no era
actor. El licenciado le contestó categórico “Eso se puede componer”.
Sigue siendo guapo
y alto. Ahora es también un gran actor retirado. Minutos después me despido de
él. Algo me dice que no volveré a verlo. Aunque igual soy yo y mis melodramas.
“Conocerte ha sido algo obsceno, eres un tipazo. Es un gran honor compartir un
poco de tu sensibilidad y emoción por casi todo” me dice antes de abrazarnos en
silencio. Yo también, como todas sus amantes, me refugio en su pecho. Es muy
alto el tío Jaime.
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